Alma secando al sol: el cantautor uruguayo Leandro Aquistapacie reinicia su vida con Capítulo 2
Son las nueve de la mañana de un viernes. Chequeo los últimos detalles para entregar esta nota al diario y no dejo de preguntarme, incluso luego de conocer una cantidad importante de los detalles técnicos del registro, las motivaciones, y elecciones estéticas a la hora de componer, y parte de su historia personal, cómo, o qué fue lo que hizo este pibe de 24 años para grabar este gran disco -uno de los mejores del año- que ni bien lo bajé de bandcamp y le puse play en la computadora me mandó a encerrarme en un baño, rendido por el llanto que me despierta cada una de sus canciones, con las que pruebo mi temple, sin éxito.
Luego de un rato en la casa de Leandro, que nos dejó la puerta abierta para meternos de una, hundidos en uno de sus sillones con su absoluta confianza, se me ocurre que este músico de rulos y lentes bien podría ser una versión más joven y algo (solo un poco) más inocente de Rahad Jackson -el personaje desquiciado de Alfred Molina en Boogie Nights- y esta escena, parte del primer capítulo de una serie spin off de la película, que lo tendría como principal protagonista.
Es cierto, aquí no hay un joven chino arrojando petardos en la oscuridad, nuestro entrevistado no tiene puesta una bata de seda color plata, y por ahora no empezó a sonar algo como “Jessie 's Girl” de Rick Springfield, pero el resto, nos hace viajar con facilidad a los decorados con los que Paul Thomas Anderson recreó el fin de la época dorada del porno en California.
Leandro, como Rahad, es un aficionado del buen sonido al servicio de la música; lo que se dice, coloquialmente, un enfermo de las máquinas y los instrumentos con los que se pueden hacer, o escuchar una canción.
Detrás de su sillón tiene un viejo equipo de audio alemán de marca Grounding a válvula, heredado de su abuelo materno. “Lo mandé a restaurar y está andando divino. No sabés lo que suena, el volumen que levanta te despeina”.
A un costado, la pared es de una pecera enorme donde aún viven dos peces. “El resto se me murieron y tengo que arreglar el tubo luz”, dice, sobre el legado de Ricardo, su padre pescador, que falleció el año pasado y que habita en todos los rincones de este lugar, en forma de trofeos, cuadros de hazañas, y pescados de plástico y cerámica como adornos protectores.
Lo más suyo, me parece, es un piano que permanece encendido desde la mañana hasta que se va a dormir.
Leandro estudió comunicación audiovisual e hizo un corto que se llama Un día en las toscas con el que ganó un premio. También fue el responsable y compositor de la música para las obras de teatro Terrirorismo Emocional (Josefina Trías y Bruno Contenti) y Un drama escandinavo (Vika Fleitas, Alejandro Bello Contenti) con las que ganó otros premios, y dice, aprendió un montón recorriendo todo el país arriba como músico en escena.
Después, inspirado por la docente y curadora de arte Elena O' Neill y su llamador interés por la música indú, se puso a estudiar museografía. Pero Leandro reconoce en la música, su gran pasión.
Recuerda cuán enganchado estaba con la sonoridad del movimiento indie local, desde que descubrió a Pau O'Bianchi y sus Tres Pecados, y hasta la explosión de Julen y la gente sola.
El primer regalo que le hicieron cuando nació fue una caña de pescar que todavía conserva, y fue su padre quien lo inició en el rock, en un instante que recuerda perfectamente: “Mi viejo curtió mucho Crosby, Stills, Nash & Young. Un día me puso “Suite: Judy Blue Eyes” en Woodstock y me dijo “esto es lo más grande que hay”. Eso me quedó para siempre, Emerson Lake and Palmer, también. Y a los nueve, diez ya estaba estudiando piano, que es mi instrumento principal y fue con lo que arranqué.”
El primero de sus LP como solista se llama “Es Bebé”, y con la música pudo volver a recorrer el país como parte de la joven y mítica banda uruguaya Algodón.
Este Capitulo 2, su segundo LP, lo editó bajo el sello rioplatense Queruza, y está disponible para escuchar en todas las plataformas digitales.
“Para mi tiene pila del espíritu de Capitulo 2, como esa luz que por ahí no es dorada, pero es medio bronce, y cuando sale el sol te das cuenta de que es muy barrio”, dice sobre Larrañaga, un conjunto de manzanas “medio invisible”, entre Jacinto Vera, La Comercial, y La Blanqueada.
“En sí acá no hay nada, tenés un lugar para tomar birra, dos panaderías y una carnicería en todo el barrio. Lo mismo que en Las Toscas”, dice, y recuerda el balneario que recortó para su cine, y donde se fue a vivir su madre. Por eso ahora vive aquí, solo, donde se crió, cerca del Club Urreta, y rodeado de espacios verdes como la Plaza John Lennon, o la Bob Marley.
Su educación musical como cantante se inicia en una escuelita de Todo Música y una profesora con “voz rasposa” de la que no recuerda su nombre, Y sigue con el cubano Eddy Peñalver: “Una eminencia en el canto soulero y de gospel. Estudié un par de años con él y me sacó bueno”, reconoce. “Yo tuve una época muy de chico que me agarró como una locura por Ray Charles. Me obsesioné. Es como que dejé de lado el rock y me centré en su música.
Hasta ahora me acuerdo de memoria todas las letras de sus canciones. Y a partir de ahí, Marvin Gay, Al Green, Sam Cooke, y Stevie Wondier, que cuando estaba estudiando canto era mi máximo referente. Era muy maratónico como estudiaba, te exige. No es Leonard Cohen, que también me encanta pero si querés cantar como él, nos vas a estudiar, vas al bar”.
Este es un disco que suena muy íntimo, con textos muy personales y en primera persona. Tenías ganas de decir ciertas cosas.
El tono personal del disco lo manejé a consciencia, en el sentido de que quería tener una especie la calidad, como de un mainstream de viejo, pero con una sensibilidad bien indie y under de la movida cortita montevideana que fue la que escuché en toda mi adolescencia.
Capítulo 2 surge literalmente como un capítulo dos de mi vida. Estaba terminando la facultad, falleció mi viejo, corté con mi novia de muchos años, empecé a tener que lidiar con abogados, bardos, familiares, y juicios, y dije “ta, estoy en un capítulo dos a full” y fue casi de un año para otro. Yo lo siento como un cambio de era.
Y tiene como algo de purga, ¿no?
Sí, para mi el álbum tiene algo muy otoñal. De algo a punto de caer, y de dejarlo caer. No está desprovisto de dolor pero tampoco de belleza.
Contame de “Re igual”. Una de las canciones que más me gustó.
Para esa canción me inspiré mucho en Steely Dan, que está en mi top 3 de bandas favoritas. Tengo a Los Beatles, nadie los puede sacar de ahí, Dylan es mi obsesión de toda la vida, y Steely Dan, que me fascina.
Instrumentalmente, eran un disparate
Sí, además de eso, me gusta mucho el audio que lograban. No sé si fue la escuela de mezcla de los setentas en Los Ángeles, o qué. Tenían un dolby, o un denoiser con el que le sacaban el ruido al audio y quedaba todo sequito y prístino. Si hacés una cronología del uso de cinta para grabar, en los primeros discos de Los Beatles escuchás de base un ruido de lluvia y el bajo, todo atrás, pero después de años de investigación y práctica del uso de cinta llegó un momento donde había tipos que la manejaban como unos cirujanos, y coincide con esa época de discos como Aja (Steely Dan, 1977). Entoncesera al mismo tiempo, el declive, y el punto más álgido en la calidad del uso de cinta. Después entramos en lo digital y un poco cayó. Ahora tal vez lo digital puede sonar tan bien como lo analógico.
Pero es más livianito.
Sí. Yo soy muy romántico de toda la escuela antigua. Pero no soy prejuicioso con las nuevas tecnologías. El secreto está en el uso de las dos cosas mezcladas de la mejor manera.
Pero volviendo a lo de Steely dan, siempre me pareció bellísimo cómo sonaba todo en sus discos y con “Re igual” pensé “necesito hacer una tema así”, bien rock de yate, o dad rock también le dicen. Compuse eso desde ahí, tiene un solo larguísimo al final, puse a mi viejo roncando, de fondo, y un sample del disco Lalala de García y Spinetta; es del final de “Pequeño ángel”, cuando Luis dice “shhh, no hagan ruido que están todos dormidos”.
Versión completa de nota publicada en La Diaria de Uruguay
Fotografía de: Alessandro Maradei
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