Amy Taylor y sus Olfateadores reavivan el fuego del punk rock con su disco Comfort to me
No sentía algo así desde la primera vez que escuché a los Sex Pistols una madrugada de El Dorado FM. Todavía puedo recordar el susto y el encanto. Tendría doce años. Ya conocía algún ruidoso alboroto de guitarras y golpes de batería pero aún no había descubierto la voz de Johnny Rotten. Eran las dos de la mañana, cuando las ondas sonoras del parlante de una radio Sony -sin estereo- escupieron un sonido saturado, y un montón de palabras en inglés con la boca abierta de las que solo entendí la frase “soy un anticristo”. También recuerdo haber traducido “destroy”, y que me gustara la forma en que pronunciaba “Know what I mean?”. Esos dos minutos eran idénticos a toda la información que mi mente había separado en la carpeta de peligro. Encima, el tipo se mataba de la risa y no tenía ninguna vergüenza, la canción se podía bailar y cantar con facilidad como un jingle, al que le podías cambiar la letra por la que quisieras.
La sensación de terreno liberado. Cuando apareció “Smell like teen spirit” de Nirvana, reconocí que ahí también había algo pero no fue igual.
Más acá en el tiempo, con el rock guardado siete pies bajo tierra, los primeros discos de los raperos Odd Future, con la desfachatez y las buenas rimas de Tyler The Creator, la anarquía de Earl y toda la banda loca, casi me convencen de que el rock podía ir vestido bermudas y vans, un poco a la moda, aggiornado a los tiempos donde comenzaba a reinar el hip hop pero todo de diluyó un poco, y Tyler se hizo artista de vanguardia con remeras Lacoste.
Más acá cerca, las primera piñatas de Dani Umpi y sus canciones de Jaime Roos en inglés, sus conos de papel glacé y su música electropop eran muy punk, pero hacía rato que todo se había vuelto demasiado intelectual, filtrado por el cernidor de la nostalgia pop, y ya nadie quería romper nada de verdad.
Es septiembre de 2021 y no lo pensé demasiado. Tal vez estos Amyl and the Sniffers son hijos de la pandemia pero ya habían sacado su primer disco en 2019. Esta vez, fue el algoritmo de youtube, y tengo alguna idea de cómo llegué a esta banda australiana. En agosto puse un montón a The Plasmatics, y Los Stooges siempre están en mi lista. Así y todo, cuando vi y escuché a Amy Taylor no pensé en nadie más. Tiraba codazos como un remolino, se reía desde un pequeño escenario de Los Ángeles, y gritaba “No soy una perdedora”.
La banda suena genial y ajustada pero es por ella que corre todo el pulso de esta banda de punk rock. Luego la reconocí, sobre todo, en la expresión absurda y eufórica de Iggy Pop en sus años plateados, pero la energía de Amy es genuina. Tiene además, un talento natural para despertar mentes y cuerpos a fuerza de golpes resueltos de su voz, que acompaña con espasmos, y repentinos cambios de ánimo en un permanente ondular por donde pasa, a cada vuelta de pista, el eco de su rostro festivo y brillante.
De este segundo disco primero escuché el simple “Guided by angels” y la dosis fue más que suficiente para quedarme entusiasmado hasta el estreno del álbum. Luego, hace unos pocos días, escuché por completo Comfort to me y me parece lo más cercano a un regreso auténtico del rock tal y como lo conocimos. Tiene sentido que llegue después de tanto desastre, y miseria, y que suene tan urgente como otros discos de su especie ¿Qué más se precisa para salir a la calle?
Es la vieja fórmula de Motörhead de rock and roll acelerado, solo un poco más bailable, bien inglés, aunque australiano de Melbourne, con unos segundos de espacio como los usan Sleaford Mods (la banda preferida de Amy) pero esto es definitivo punk rock, muy amigo de Marcos y Motosierra, tan agresivo, infantil y violento como el de los Pistols, con influencias de bandas menos conocidas como Powder Monkeys, y mucho más conocidas como Oasis, y ella no para de bailar.
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