Melingo busca un futuro perdido
El próximo viernes 17 de junio viene a La Trastienda.
De todas las hazañas de este músico argentino la que mejor suena es la más nueva. Quedó grabada en un disco que se llama Oasis y que estrenó en marzo de 2020, el último de una trilogía que comenzó en 2014 con Anda y siguió en 2016 con Linyera.
Contiene 13 canciones y cada una es mucho más -y menos- que una melodía; en ellas se puede bucear y encontrar sin mayor esfuerzo las serpentinas y el papel picado de un recital de Los Twist; una telecaster thinline de 1971 con la que todavía sigue tocando, rollos de fotos tirados a la basura, partituras de sus años de estudio como músico de academia, los orígenes de los tangos que aprendió a escribir y las noches que lo encontraron más inspirado.
Para la fabricación de este elixir Melingo trabajó con el periodista Rodolfo Palacios, el músico Miguel Zabaleta y otros amigos suyos que nombrará él mismo en esta charla.
“Qué lindo Montevideo, cómo lo extraño”, dice por teléfono desde su casa en Villa Ortúzar.
Mientras contesta las preguntas, a nombre de la diaria, se escucha el ladrido de un perro, latas que se caen, o bajan de estantes, puertas que se abren, y otro ruido más constante de un plástico que nos puede quedar quieto.
¿Cón qué formación venís a Montevideo para tu show en La Trastienda?
En este caso vamos con el trío eléctrico. Juan Ravioli en el bajo, Muhammad Habbibi havili en guitarra, Gomez Casa en batería y mi hijo Felix en coros. Es una aplanadora esta banda y es una satisfacción para mí tocar con esta gente.
¿Van a tocar Oasis?
Sí, vamos a hacer un repaso del disco y aprovechando esta sonorindad tan hermosa que tiene el trío también incluimos un repaso por diferentes temas históricos de mi carrera. Así que el show va a ser una sorpresa a todo nivel.
Ahí en tu casa, ¿tenés armado un lugar trabajo?
Sí, mi estudio, que también es mi biblioteca. Es el lugar donde trabajo, escribo y leo. La parte musical la dejo para un estudio de grabación fuera de casa. Prefiero separar lo sonoro y lo personal, porque esto último tiene que ver con un trabajo más solitario.
¿Qué tenés siempre a mano ahí?
Mis libros, mis cuadernos, mis apuntes. Cosas que me van nutriendo. La biblioteca a veces parece que tuviera vida.
Oasis está vinculado a un sueño y una búsqueda. ¿Qué más se puede saber de su creación?
Fue un trabajo muy arduo. A partir de octubre de 2019 empezamos a extraer cortes con video clips, hasta que liberamos todo el álbum. Tiene detrás un trabajo audiovisual bastante profundo, y hay un cambio sonoro importante. Si bien en los anteriores discos se podía adivinar algo del sonido que tiene Oasis, acá se termina de definir y adquiere una identidad realmente diferente.
Este álbum encierra un concepto y una narrativa, que es al mismo tiempo, el argumento y la trama de un espectáculo mayor que vamos a estrenar este año en Buenos Aires y que se llama La ópera del linyera.
¿Y falta una parte para conocer toda la historia?
Si, falta la mitad, para completar la totalidad de la música del espectáculo.
Da la sensación de que para este disco escribiste de una forma nueva. Sobre todo, son imágenes, las que aparecen en las canciones.
Mirá, te puedo decir que siguiendo el formato de un guión de una ópera, la trama encierra la historia que se cuenta. En este caso, la de un linyera que tiene un sueño con una melodía, se despierta y va en búsqueda de ese sueño. Eso lo lleva a situaciones riesgosas, de aventuras y desventuras, conoce una serie de personajes que lo secundan, que a su vez son los artistas invitados en este disco; como Enrique Symns que es un adivino, Fernando Noy que es un malevo y también una chamana, Andrés Calamaro, que encarna al “Sietevidas”, un prisionero que se encuentra con el linyera en un inframundo; también está el cafisho Cocoliche que está encarnado por Vinicio Capossela.
Oasis es un disco conceptual y en un segundo volumen voy a terminar de darle sentido a todo esto que parece tan deshilachado.
¿Cómo escribís?
De varias maneras. Me gusta trabajar a mano, o en computadora. Pero la verdad es que hace muchos años le doy forma a lo que hago en mis cuadernos de tapa dura y lisos; voy escribiendo y también dibujando cosas y después las paso en limpio.
¿Hay algún libro que sirvió de inspiración para Oasis?
Sí, varios. Uno de los puntos capitales de esta historia tiene que ver con un concepto que utilizó (Leopoldo) Marechal en su novela Adán Buenosayres (1948) y que es esto de trasvestir a diferentes personajes que son grabitantes en nuestro relato. De alguna manera, a Rodolfo Palacios y a mí, ese libro nos inspiró para crear estos alteregos de los artistas que trabajan en esta banda sonora, dándoles una característica inspirada en la propia persona del artista. Así hicimos con Calamaro o con Enrique Symns. También te diría que en la inspiración hubo bastante de estructuras sobre mitos y mitologías.
En esta obra hago un paralelismo entre nuestra cultura del tango y la cultura griega con su música rebética, pero en realidad ese es un entramado casi autobiográfico.
Mi abuelo y mi bisuelo eran griegos y me contaban muchas historias. Por eso, pareciera que el sueño de linyera es como si fuera una leyenda. Hay un poco de aquellos cuentos en esta estructura que intentamos desarrollar.
¿Qué te acordás de tus abuelos?
Bueno, yo me crié con mis abuelos. Pasaba muchas horas con ellos. Mi abuela y mi abuelo nacieron en Trieste. Mi abuelo de familia griega, y mi abuela de familia yugoslava.
Ellos me inculcaron el amor por la música y las artes. Mi abuelo era músico de rebética y un melómano y mi abuela era soprano lírica.
Por eso te digo que esta historia tiene muchas puntas, y en parte tiene que ver con mi historia.
Para lograr los climas de Oasis recurriste mucho a instrumentación electrónica. No era algo usual en tus discos.
A la hora de trabajar el sonido voy buscando el tono necesario para la historia que quiero contar. No es que diga “voy a trabajar con tal herramienta”. Creo que lo principal que hicimos para lograr lo que queríamos fue la combinación de ciertos sonidos. Si bien podemos encontrar instrumentos griegos como el el buzuki, que le da al disco un sonoridad oriental, también hay un bandoneón y un sonido de batería que no estaba en mis anteriores discos.
Lla incorporación a la banda de Gómez Casas (responsable de baterías y samples) le dio un nuevo aire al disco, y nos ayudó a construir lo que estábamos buscando a nivel sonoro.
Una de los personajes del disco, lo que aparentemente está buscando, es la calma. ¿Vos tenés problemas para encontrarla?
Mirá, si lo contrario a la calma es la acción, te podría decir que es el ying y yang de la vida. Una cosa no quita a la otra.
Creo que es necesario tener actividad en los dos lugares. Enriquecer los dos lados, las dos caras de la moneda.
Uno por calma piensa en la paz, porque aparentemente está mejor vista. O tiene mejor prensa.
¿Buenos Aires es más salvaje ahora o mediados de los ochentas?
Deberíamos saber si somos más salvajes nosotros. Los tiempos cambiaron y nosotros también cambiamos. Creo que el salvajismo es una etapa de la vida del individuo.
Pero Buenos Aires, desde acá parece que siempre tuviera cierto salvajismo.
Sí, eso te lo puedo asegurar. Es una ciudad indómita, se podría decir salvaje.
¿Dirías que la ciudad ahora es más amigable o menos amigable? Insisto porque la has abordado mucho en tu obra.
Mirá, yo no encuentro otra manera de hablar que no sea por el foco propio. Si bien muchas veces puedo ser autorreferencial, es inevitable dar una opinión desde el cristal de cada uno.
En definitiva, si cruzo el charco, ¿con qué me voy a encontrar?
Y eso lo va a determinar tu energía. La mayoría de las veces las energías se atraen. Dependiendo del punto donde estés te vas a encontrar con algo complementario.
Ese punto de partido siempre está en uno.